En el 53° aniversario del martirio de Ghassan Kanafani
Hoy nos detenemos ante una trayectoria que no ha muerto, ante una voz que sigue resonando en la conciencia de Palestina.
Hace 53 años, la mano del enemigo sionista asesinó al escritor y resistente árabe internacionalista Ghassan Kanafani. Pero no logró matar sus palabras, ni apagar la llama del pensamiento que sembró en la conciencia de todas las generaciones que le siguieron.
Ghassan Kanafani no fue solo un escritor. Fue un revolucionario de la pluma, un combatiente de la tinta, que transformó la literatura en arma, el relato en lección y el martirio en un comienzo, no un fin. Partió el cuerpo, pero permanece el proyecto: el proyecto de liberar a Palestina, que no muere, y el de sostener una resistencia que no será derrotada.
En su memoria, reafirmamos en el movimiento Masar Badil nuestro pacto con Ghassan y con todos los mártires: hemos de permanecer en el camino que ellos trazaron. El camino del retorno. El camino de la revolución. El camino de Jerusalén. El camino de liberar al ser humano y a la patria.
¡Gloria a los mártires!
¡Lealtad a Ghassan Kanafani!
¡Victoria para Palestina!
En el 53 aniversario del martirio de Ghassan Kanafani, publicamos uno de sus artículos traducido al castellano
Ghassan Kanafani – “El pacto secreto entre Arabia Saudita e Israel”
El príncipe Fahd acordó con el Sha de Irán en Washington repartirse el Golfo Arábigo
¿Cuál es la verdadera naturaleza de la presencia militar británico-estadounidense en la península?
La colusión no escrita entre Arabia Saudita e Israel no solo se manifiesta en el hecho de que el petróleo árabe fluye desde Arabia Saudita hacia las arterias europeas bajo protección israelí —pagada en efectivo por el régimen saudí para que Israel pueda brindar mejor respaldo a los intereses imperialistas en los territorios ocupados de Siria—, sino también en las informaciones que indican que “Aramco”, en acuerdo secreto con los gobernantes saudíes, aceptó entregar a Israel el equivalente a 20 millones de dólares en ingresos por el tránsito del petróleo saudí por tierras ocupadas.
Sin embargo, estos dos hechos no son más que una consecuencia de una realidad mucho más profunda y compleja. Sería ingenuo pensar que surgieron desconectados de causas y vínculos objetivos que hacen de todo lo que ocurre, a corto y largo plazo, una expresión de un pacto secreto no escrito —pero objetivamente real— entre el régimen saudí e Israel.
En resumen, ese pacto secreto no escrito se centra en la estrategia colonial imperialista llamada “Estrategia del este del canal de Suez”. Si Israel actúa como una mandíbula de las tenazas en dicha estrategia, Arabia Saudita desempeña el papel de la otra mandíbula.
Este título obliga a examinar con detalle muchos acontecimientos que, si no se colocan en el contexto adecuado, pierden su verdadero significado: desde el abortado pacto del “frente islámico” que nació deforme en Rabat, pasando por el tema del golfo Arábigo y la inminente retirada británica, hasta las falsas caretas saudíes de “apoyo a la resistencia árabe” y a los fedayines, el ataque a la República Popular del Sur del Yemen, la conocida postura saudí en la última cumbre árabe, y los planes saudíes para el futuro en la península —planes imposibles sin los esquemas actuales de Israel.
Combates en Wadi’a: más intensos de lo que se dijo
Un informe confidencial distribuido de forma limitada por la revista británica The Economist, en su edición del 18 de diciembre pasado, señala que los combates en la zona de Wadi’a entre Arabia Saudita y la República Popular del Sur de Yemen fueron mucho más violentos de lo que el mundo supuso. El informe revela que las fuerzas saudíes usaron intensamente aviones Lightning suministrados por Gran Bretaña en virtud de un acuerdo firmado hace cuatro años.
De hecho, los enfrentamientos en Wadi’a difieren totalmente de las disputas fronterizas ocurridas en otros países árabes. El conflicto aquí no es principalmente por la delimitación de fronteras ni por el control de un recurso económico o estratégico específico. Se trata, más bien, del choque frontal entre el régimen reaccionario saudí y el foco revolucionario representado por la existencia activa e influyente de la República Popular del sur del Yemen.
La situación es hoy más grave que nunca, dadas las numerosas transformaciones en la región: la derrota de los regímenes árabes nacionalistas en la guerra de junio de 1967 y las difíciles condiciones que aún los restringen y asedian, representan para el régimen saudí —que se postuló inmediatamente como líder del contraataque contra todas las corrientes progresistas y nacionalistas— una oportunidad propicia respaldada por los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos para lanzar un nuevo asalto y “saldar cuentas”.
La retirada británica del golfo prevista para 1971 refuerza las intenciones saudíes de extender su influencia sobre la costa oriental de la península. En ese contexto, el acuerdo armamentístico saudí con EE.UU. y el Reino Unido por valor de 500 millones de libras esterlinas, combinado con la llegada de los primeros equipos militares, refuerza de forma acelerada el papel saudí en la península y sus alrededores.
La verdadera preocupación saudí: la amenaza revolucionaria
La preocupación clave de Arabia Saudí, según The Economist, se resume así:
“En la República Popular del Sur de Yemen, se ha evidenciado la influencia soviética y china; en el Yemen del Norte hay influencia soviética y egipcia; en Irak gobierna un partido baazista ferozmente antimonárquico; incluso en el propio golfo existe el llamado Frente de Liberación del Golfo Arábigo Ocupado, cuyo centro de mando está en Irak y que, según se dice, tiene células activas en Bahréin”.
Independientemente del sesgo en el lenguaje del informe —que presenta las “amenazas” desde una perspectiva favorable a los saudíes—, la verdad es que Arabia Saudita no puede expandirse cómodamente mientras en el sur de Yemen arden transformaciones sociales y políticas revolucionarias, ni mientras avanza sin pausa la lucha armada liderada por el Frente Popular para la Liberación de Dhofar.
El informe agrega:
“Arabia Saudita no quiere ver, en los Emiratos de la costa omaní, un Estado que le cause problemas porque ya tiene suficientes en el norte y en el sur. La Federación de Emiratos del Golfo no solo constituye un competidor político, sino que también crea un ambiente propicio para el crecimiento de movimientos contrarios a la monarquía en otras partes de la península”.
El eje de la estrategia saudí
Todo esto plantea uno de los problemas más candentes y complejos del mundo árabe actual, en paralelo al conflicto central entre árabes e israelíes. Sería un error considerarlos asuntos inconexos.
Los hechos de la estrategia saudí —si es que se puede usar el término “estrategia saudí”, cuando en realidad se trata de la estrategia imperialista para el este del canal de Suez— son los mismos que se reflejan en los combates en Wadi’a y Sharurah, en el papel saudí-iraní (consistente pero aún no coordinado) respecto al futuro de la Federación de Emiratos del Golfo, y más claramente aún en la posición saudí en la cumbre de Jartum (septiembre de 1967), llegando incluso a un acuerdo entre el príncipe Fahd y el Sha de Irán en Washington, con la bendición de la Casa Blanca.
También incluye el intento creciente de arrastrar a Irak hacia el conflicto kurdo, así como los esfuerzos en ascenso para liquidar la República Popular del Sur del Yemen —no solo mediante conspiraciones sino también con fuerza militar directa—. Y se traduce en la necesidad saudí, directa o indirecta, de retirarse de toda responsabilidad en la batalla contra la agresión israelí, pues mantener esa guerra “en suspenso” es funcional tanto a los planes imperialistas (que Arabia Saudita respalda cada vez más) como a sus propios fines históricos.
¿Qué es la estrategia del Este del canal de Suez?
Antes de analizar todo esto, debemos examinar de manera objetiva qué es la llamada “estrategia imperialista para el Este del canal de Suez”, para entender el papel de Arabia Saudita dentro de esa estrategia y su rol actual y potencial en los acontecimientos regionales.
A fines de 1965, el Reino Unido y Estados Unidos acordaron unificar sus políticas coloniales en Asia y África, especialmente en los países árabes ricos en petróleo, con el fin de compartir la defensa de sus intereses conjuntos, dentro de lo que se denominó la “nueva estrategia del Este del canal de Suez”.
Para ello, se desplegó una red de bases militares británicas y estadounidenses que formarían un “cinturón imperialista”:
- Bases en islas del océano Índico como Cocos, Diego García, Aldabra y Seychelles, situadas a medio camino entre las bases británicas y estadounidenses en Asia (Sumatra, Malasia, Filipinas, Singapur) y las de África oriental (Etiopía y Kenia).
- Esta red se conecta con otra cadena de bases militares en el golfo de Adén y el mar Rojo, la costa de Omán, hasta Bahréin y Dhahran en Arabia Saudita.
Este “subcinturón” busca cercar la península arábiga y conectarse con el cinturón principal desde Asia oriental hasta África oriental.
La nueva estrategia del este de Suez se basa en dos puntos de apoyo principales, además de los centros tradicionales británicos en África, Rhodesia y la Unión Sudafricana, y la mayoría de sus antiguas colonias. Estos dos puntos son:
Primero: La antigua Federación de Malasia (es decir, Malasia, Singapur y las colonias británicas en Sarawak y Sabah, en la isla de Borneo), regiones ricas en caucho y minerales.
Segundo: «La más importante para los intereses imperialistas», la zona alrededor del golfo Árabigo, que antes dependía principalmente de la base británica en Adén, junto con sus puntos de apoyo subsidiarios en Qatar, Baréin, Abu Dabi, Dubái y Sharjah.
Esta región representa una ubicación clave para la absorción de la producción industrial británica, con unos ingresos que superan los 200 millones de libras esterlinas anuales, y suministra tres quintas partes del total de las importaciones británicas de petróleo.
Presencia colonial en la península arábiga
Según la estrategia, desde 1965, Gran Bretaña asumió el papel de “policía colonial” de la región que va del canal de Suez a Singapur. Sus bases principales incluyen:
En Dhofar (Omán):
Existe la base aérea británica «S.M. (Su Majestad)», equipada con una fuerza de ataque compuesta por aviones de combate a reacción, armados con misiles, unidades de artillería e infantería, y una red de radares. Además, cuenta con almacenes de armamento, municiones y bombas nucleares, así como una potente estación de radio que la conecta con una serie de bases en otras regiones y territorios.
La misión central actual de esta base es reprimir la Revolución de Dhofar.
En Omán:
- La base aérea y naval de Masirah, que alberga los almacenes de municiones y suministros para la flota británica.
- Muscat, Buraimi, Sharjah.
Además, el Reino Unido cuenta con una serie de grandes campamentos militares, así como pequeñas bases aéreas y navales, distribuidas en pueblos y regiones cercanas:
- Ras al-Jadd, Bahar, Ibri, Nizwa, Al-Fujairah, Ras al-Khaimah, Umm al-Quwain, Mascate (Omán), Abu Dabi y otras ubicaciones.
En Bahréin:
- Base aérea británica de Al-Jufair, donde se encuentran permanentemente estacionados tres portaaviones, cinco destructores, seis dragaminas, una unidad de infantería de marina, transportes de tropas y una estación de radio. Además, alberga la sede de la inteligencia militar británica en el golfo Árabigo.
- Base aérea estratégica de Muharraq, ubicada en la isla del mismo nombre, que cuenta con dos escuadrones de cazas «Hawker Hunter», un escuadrón de aviones de transporte «Beverley», una fuerza de 3.000 soldados paracaidistas, una unidad de radar, estación de radio y un equipo de guardia para la base, equipado con perros policía adiestrados.
- Base terrestre de Al-Hamala, situada al oeste de Manama, que incluye unidades militares de infantería, artillería, tanques e ingenieros, una estación de radio y almacenes de armas y municiones.
Gran Bretaña utilizó esta base durante la agresión contra Egipto en 1956, en Omán en 1957, contra el Yemen del Norte, contra la revolución en el Yemen del Sur, y para reprimir el movimiento nacional en Baréin en 1965.
Cabe destacar que en 1967, Gran Bretaña expandió estas tres bases y las acondicionó para poder recibir principalmente unidades de la flota y la fuerza aérea estadounidenses desplegadas en la región.
El papel saudí al este de Suez
Estos dos cinturones militares —cuya importancia aumentó tras la unificación de las estrategias británica y estadounidense al este de Suez: el «cinturón Singapur-Kenia» y el «cinturón Baréin-Asmara»— no alcanzan su plena efectividad en la práctica si no convergen en un punto de apoyo pivotal y permanente.
Ese «punto clave» es Arabia Saudita
Tras su derrota en Adén, Gran Bretaña eligió las islas de Baréin como sustituto de la famosa base de Adén. Esta elección no solo fue producto de las «condiciones favorables» establecidas en los acuerdos británicos con Baréin —acuerdos desventajosos que garantizaban la influencia británica en Baréin durante períodos prolongados, prácticamente sin límites temporales—, sino también el resultado de otros factores igualmente cruciales:
- Su ubicación estratégica frente a Medio Oriente.
- Su posición en la región petrolera.
- Su situación política: entre reclamos iraníes y atracción saudí, lo que la vuelve maleable.
Sin embargo, Baréin no puede ofrecer todo su «potencial estratégico» si no actúa —como un eslabón de influencia colonial directa— en complemento con ese eje central en Arabia Saudí. De ahí surgió la idea de la «Alianza Islámica» previa al 5 de junio [de 1967], impulsada por los saudíes y acompañada por el envío masivo de armamento británico y estadounidense a Riad.
Mientras Gran Bretaña expandía sus tres bases principales en Baréin, avanzó —en colaboración con Estados Unidos— para potenciar el valor militar de las grandes bases estadounidenses en Arabia Saudita.
Arabia Saudí acordó con Gran Bretaña el préstamo de 900 oficiales británicos para crear una nueva red de defensa aérea, no en las costas del golfo de Aqaba, sino cerca de la frontera con el Yemen.
Recibió de Estados Unidos: Equipos de transporte militar, misiles Hawk, aviones a reacción, y sistemas de radar.
Londres y Washington le facilitaron el uso de un ejército de mercenarios extranjeros. Hoy ya no es un secreto que el único país que supera al Congo en el empleo de mercenarios europeos es Arabia Saudí.
¿Cómo se materializó esta asistencia?
En un período relativamente corto, Arabia Saudí estableció 37 bases militares ubicadas a menos de 120 km de Yemen.
La visión imperialista sobre el “cinturón saudí”
Para integrar todo esto en un contexto unificado, debemos recordar la evaluación que hizo Harold Wilson, primer ministro británico, sobre este mapa estratégico:
«Gran Bretaña debe mantenerse fuerte al este de Suez, ya que no puede renunciar a su rol global en esa región, ni a sus compromisos ultramarinos, ni a los derechos legítimos de sus intereses tradicionales”.
El discurso de Wilson sobre el «rol global de Gran Bretaña», los «compromisos» y los «derechos legítimos» se entiende mejor a la luz de un documento emitido por el Instituto de Estudios Estratégicos Británico en 1966:
«Gran Bretaña está oficialmente comprometida a defender la Federación de Arabia del Sur y los protectorados fuera de dicha federación. También está obligada, en el golfo Pérsico, a defender Baréin, Qatar y Al-Fujairah contra cualquier ataque o agresión. Además de estos compromisos formales, Gran Bretaña se considera —y muchos así lo reconocen— moralmente obligada a proteger a los demás Estados del golfo, de los que sigue siendo responsable en cuanto a sus relaciones exteriores… Todo esto es crucial para mantener la presencia militar británica en las zonas del océano Índico y el Sudeste Asiático”.
El documento concluye:
«Las bases militares en la península arábiga y el golfo Pérsico tienen como propósito respaldar la influencia occidental en Oriente Medio e intervenir contra actos de agresión local. Además, facilitan la apertura de la ruta estratégica hacia las bases militares británicas en el océano Índico y el Sudeste Asiático, para contener la expansión comunista en la región. Asimismo, su objetivo principal es garantizar el flujo continuo del petróleo de Oriente Medio, prevenir —o suprimir— cualquier conflicto en la zona adyacente, y apoyar la intervención militar británica cuando sea necesaria”.
El acuerdo entre el príncipe Fahd y el Sha
En este contexto, Arabia Saudí entró en la etapa posterior a la derrota de junio.
Y al ritmo de todo esto, la posición saudí ajustó sus pasos al entrar en la Conferencia de Jartum, en la Cumbre Islámica y en la Quinta Cumbre Árabe de Rabat. Al mismo compás, saudíes se sumaron para interpretar su melodía particular dentro de la cacofonía de sonidos discordantes que emanó de la conferencia de los gobernantes de los emiratos del golfo durante el pasado Ramadán. Y siguiendo ese mismo ritmo, Arabia Saudí desplazó sus tropas a la región de Al-Wadiah para provocar enfrentamientos armados con el Yemen del Sur.
Y al compás de todo esto, el príncipe Fahd, hermano del rey Faisal, estrechó la mano del Sha de Irán bajo el cobijo de Nixon desde su última visita a Washington. Según un reportaje de The Economist, que se expresa con cautela, conversaron de la siguiente manera: «En noviembre pasado, informes señalaron que el príncipe Fahd, ministro del Interior saudí, mantuvo una reunión con el Sha de Irán en Estados Unidos. Se mencionó que ambas partes alcanzaron un acuerdo para implementarse tras el repliegue británico del golfo Árabigo. En este acuerdo, el Sha reafirma los derechos de Irán sobre Baréin, mientras Faisal confirma los derechos saudíes sobre el oasis de Buraimi. En cuanto a Qatar y Dubái, quedarían bajo protección iraní, apoyando así sus reclamaciones sobre Baréin. El acuerdo establece que Arabia Saudí e Irán realizarán esfuerzos conjuntos para mantener la paz en el Golfo mediante la delimitación de sus respectivas zonas de influencia.
Se mencionó además que el Sha aseguró al príncipe Fahd que Irak no representaría una amenaza para la estabilidad regional, revelando que 16.000 soldados iraquíes se encuentran en Jordania como parte de la fuerza árabe contra Israel, mientras otros 30.000 están desplegados en el norte combatiendo la rebelión kurda. Y que, el Sha de Irán está suministrando armas a los kurdos -suficientes para molestar al ejército iraquí, pero no para establecer un estado kurdo-, lo que está generando fricciones con la minoría kurda dentro de las propias fronteras iraníes.
Y más allá de cómo interprete The Economist los asuntos mencionados en su informe confidencial, lo que nos interesa es este rol compartido entre saudíes e iraníes, cuyas dimensiones se aclaran a la luz de lo expuesto sobre la nueva estrategia al este de Suez y la dirección que están tomando los acontecimientos. Esto no solo afecta los planes trazados para la costa de Omán y sus emiratos, sino también a las crecientes movilizaciones saudíes contra el Yemen.
El conjunto de estos hechos señala, de manera cada vez más evidente, la existencia de una alianza secreta no escrita, pero operativa entre Israel y Arabia Saudí. Estos planes saudíes, que constituyen un eslabón indisoluble de la estrategia imperialista en Oriente Medio, son en esencia complementarios a los que ejecuta Israel, la que representa a su vez otro eslabón inseparable de la estrategia imperialista en la región.
Arabia Saudí, al avanzar en su papel dentro de la gran conspiración, no solo se arma con una fachada engañosa —un supuesto apoyo a los frentes árabes y a la resistencia palestina—, sino que también se beneficia del silencio cómplice de los gobiernos árabes. Este silencio le permite presionar dentro de la Liga Árabe para aislar a la República del Yemen del Sur, allanando el camino para su eventual liquidación. Al mismo tiempo, busca silenciar a las naciones árabes tras el telón de la Cumbre Islámica, ocultando así el rol conspirativo que desempeña junto a Irán en favor de la estrategia imperialista al este de Suez.