Por Khaled Barakat (Publicado originalmente en Al-Akhbar
«Tenemos la oportunidad de actuar de manera decisiva para poner fin a la influencia iraní en la región. 2026 es el año para integrar a Israel en la región».
—Lindsey Graham, hablando desde Tel Aviv, 29 de agosto de 2025.
Irán se enfrenta hoy a uno de los momentos históricos más complejos desde la guerra Irán-Irak de la década de 1980. Las tensiones regionales e internacionales están aumentando a medida que Estados Unidos, Europa y la entidad israelí intensifican la presión sobre Teherán dentro de una estrategia integral para aislar a la República Islámica, paralizar su economía y debilitar sus capacidades regionales y globales, mediante sanciones y amenazas militares directas.
Las sanciones de Estados Unidos y Europa contra Irán se amplían día a día. Las rutas comerciales están siendo vigiladas de cerca. Al mismo tiempo, se multiplican los esfuerzos por marcar a Irán como una “amenaza existencial para la seguridad regional y mundial”. Esto indica un cambio de la mera presión económica a una campaña completa dirigida contra la República en los ámbitos político y militar.
Pero el ataque no se limita a Teherán. Se extiende a sus aliados en toda la región: presión sobre la resistencia en el Líbano y Gaza; agresión y asedio continuos contra las zonas liberadas de Yemen; e intentos de rodear a sus socios en Irak. Washington está presionando sin descanso para desmantelar lo que denomina la “red de influencia” de Irán y redefinir el equilibrio de poder de manera que se garantice la seguridad de la entidad israelí, al tiempo que se profundiza el control estadounidense sobre Asia Occidental. Las líneas de suministro que se extienden desde Teherán hasta Beirut, Saná y Bagdad se enfrentan a una enorme tensión, mientras que los gobiernos de Beirut y Bagdad están sometidos a presiones políticas y de seguridad para que corten las arterias logísticas y financieras que alimentan a los aliados de Irán.
En Irak, concretamente, Teherán se enfrenta a una de las rondas más complejas de esta guerra “no declarada”. Washington y Tel Aviv están trabajando abiertamente para debilitar a las Fuerzas de Movilización Popular (PMF), piedra angular de la influencia iraní en la región. Nacidas en la lucha contra el ISIS, las PMF se han convertido desde entonces en una formidable fuerza militar y política, y en una amenaza directa para la presencia estadounidense en Irak y más allá. Por lo tanto, Washington está presionando para imponer restricciones estrictas a los movimientos de las PMF y aislarlas de la soberanía iraquí, presionando a Bagdad para que limite sus capacidades logísticas y militares e incluso desmantele algunas de sus brigadas de élite, con el pretexto de “reestructurar las fuerzas de seguridad”.
Esta trayectoria converge con una iniciativa más amplia de Estados Unidos y Europa para desarmar a Hezbollah en el Líbano y otras fuerzas alineadas con Irán en múltiples frentes. Tras fracasar en su intento de desmantelar militarmente la resistencia en el Líbano y Gaza, Washington y Tel Aviv están recurriendo a herramientas políticas y económicas para aplicar la «disuasión asimétrica» de Estados Unidos contra la influencia de Teherán. La doctrina es clara: lo que no se puede lograr por la fuerza, se debe lograr con más fuerza.
En Irak, los proyectos de ley buscan frenar las armas que se encuentran fuera del control del Estado. En Yemen, Ansar Allah se enfrenta a la presión de Estados Unidos para reducir su capacidad naval y de misiles, como parte de una estrategia integral diseñada para despojar a los aliados de Irán de su poder de disuasión, al tiempo que se reducen progresivamente sus rutas de suministro.
Desde el punto de vista geopolítico, Irán se encuentra más acorralado que en cualquier otro momento de su historia reciente. Al norte, el corredor entre Azerbaiyán y Armenia se ha convertido en un campo de batalla para Moscú, Ankara y Washington. Estados Unidos y la OTAN pretenden convertir Bakú en una plataforma de presión contra Teherán, en particular mediante la intensificación de la cooperación militar y de inteligencia entre Azerbaiyán y la entidad israelí.
Esto abre la puerta al establecimiento de bases de inteligencia peligrosamente cercanas a la frontera norte de Irán, lo que multiplica las amenazas directas y complica aún más el enfrentamiento en un futuro próximo. Las preocupaciones de Teherán sobre el Cáucaso son legítimas y se han intensificado tras la celebración en Washington de una cumbre entre Armenia y Azerbaiyán que dio lugar al llamado “acuerdo de paz”. En esencia, se trataba del desarrollo del corredor de Zangezur bajo la supervisión y protección directas de Estados Unidos, lo que otorgaba a Washington un dominio militar y económico casi total.
A nivel interno, Irán se enfrenta a una escalada sin precedentes en la guerra de inteligencia. En los últimos meses, sus agencias de seguridad han anunciado el desmantelamiento de redes de espionaje que cuentan con cientos, quizás miles, de agentes vinculados a los servicios de inteligencia israelíes y estadounidenses. Al mismo tiempo, la oposición iraní en el extranjero se ha movilizado: armando a pequeños grupos militantes, invirtiendo grandes sumas de dinero en campañas mediáticas destinadas a socavar la legitimidad de la República y trabajando para incitar al caos interno.
Mientras tanto, ciertas voces dentro de la propia élite iraní, que se presentan como «realistas», emiten declaraciones confusas y vacilantes que solo sirven para alentar la agresión israelí y debilitar los esfuerzos por defender y fortalecer el país.
Todo esto constituye lo que se puede llamar una “guerra híbrida” contra Irán, librada simultáneamente desde fuera y desde dentro del país, acompañada de una amplia campaña política y mediática para replantear el “expediente nuclear iraní” como un pretexto ya preparado para la escalada y la agresión. La retórica occidental se ha vuelto cada vez más hostil debido a la negativa de Irán a capitular.
En este contexto, los dirigentes iraníes se enfrentan a decisiones difíciles. Por un lado, la moderación continuada conlleva el riesgo de una mayor erosión de las capacidades económicas, políticas y de seguridad, junto con la pérdida gradual de la disuasión regional a medida que se intensifica el asedio. Por otro lado, la confrontación militar directa, aunque costosa, podría acabar siendo la opción menos perjudicial. La guerra, a pesar de sus peligros, tiene el potencial de unificar el frente interno, redefinir las ecuaciones de disuasión e impedir que Washington y Tel Aviv desmantelen la influencia de Irán poco a poco, en el camino hacia el desmantelamiento del propio Irán.
El mayor desafío de Irán es que el tiempo no está de su lado. Es posible que la estrategia de «máxima presión» de Estados Unidos no haya logrado sus grandes objetivos en los últimos años, pero ha proporcionado beneficios tácticos a Washington y sus aliados, beneficios que pronto podrían convertirse en amenazas existenciales para Teherán.
Aun así, el Eje de la Resistencia ha demostrado una paciencia y una resistencia notables, especialmente en Gaza, Beirut y Saná. Mientras tanto, la posición israelí se ha debilitado a nivel regional e internacional. Tras el 7 de octubre y la guerra genocida contra Gaza, la opinión pública de toda la región y del mundo se decantó de forma decisiva hacia el bando de la Resistencia y la opción de la confrontación total.
Hoy en día, la entidad israelí se encuentra sumida en un caos interno y una confusión estratégica sin precedentes, a pesar del “exceso de poder” garantizado por Washington. La imagen cuidadosamente cultivada del “pobre y pequeño Israel”, promovida durante mucho tiempo por la propaganda occidental, se ha derrumbado, dejando al descubierto ante la opinión pública mundial la naturaleza racista y criminal del proyecto sionista. A esto se suma el colapso de la moral del ejército israelí y las consecuencias estratégicas de la Guerra de los 12 Días contra Irán, que reveló claramente las debilidades en el núcleo del aparato militar de Israel.
El mensaje que Irán debe transmitir al mundo es:
el precio de la guerra es elevado, pero el precio de la rendición es aún mayor. En una región que está pasando por una rápida transformación, Teherán podría llegar a la conclusión de que la guerra no es simplemente una opción entre muchas, sino la opción menos costosa frente a un proyecto diseñado para desangrarlo hasta que no quede nada