En el marco de la guerra de exterminio contra Gaza y del punto de inflexión abierto tras el 7 de octubre, el escritor y dirigente palestino Khaled Barakat analiza las contradicciones centrales de la resistencia palestina: su capacidad heroica en el terreno frente a la ausencia de un proyecto político nacional integral. Un texto crítico y necesario sobre la muerte de la OLP, las trampas de la “unidad nacional”, los límites de las alianzas regionales y la urgencia de reconstruir una estrategia de liberación verdaderamente revolucionaria

La resistencia palestina entre la heroicidad en el terreno y la ausencia de un proyecto político

Khaled Barakat

Este artículo fue publicado originalmente en árabe en Almasira Traducido al castellano por Masar Badil

La resistencia palestina ha demostrado, durante la guerra de exterminio en curso, una enorme capacidad de resistencia e iniciativa, y ha logrado consolidar su presencia como el actor avanzado en la confrontación con el proyecto colonial sionista. Sin embargo, esta realidad —por importante que sea— no anula una crisis fundamental que atraviesa el movimiento nacional palestino en su conjunto, y en especial la resistencia armada: la ausencia de un proyecto político de liberación y la inexistencia de un frente nacional capaz de transformar la acción de resistencia en un proceso político y social integral de liberación.

Ningún movimiento de liberación que enfrente un colonialismo de asentamiento y sustitución puede vencer únicamente con heroicidad militar, por grandes que sean sus sacrificios, si esa heroicidad no está respaldada por una visión intelectual y política clara, y por una estrategia nacional en cuya elaboración participe el pueblo, que defina el objetivo, administre el conflicto y evite la confiscación o neutralización de los logros alcanzados.

La ausencia de un frente nacional unificado tras la muerte de la OLP

La Organización para la Liberación de Palestina no fue, en el momento de su fundación, un simple marco representativo formal, sino un frente nacional que agrupó a las distintas clases sociales y a las fuerzas de la revolución en la confrontación con el colonialismo sionista. Sin embargo, este papel comenzó a desmoronarse en 1974, con la adopción del lema del “Estado” en lugar de la liberación, y se extinguió de facto con el proceso de Oslo (1993), cuando la organización fue vaciada de su contenido liberador y transformada en un cuerpo sin voluntad propia, sometido al entramado de la Autoridad Palestina y a sus compromisos de seguridad.

Hoy, la OLP ya no constituye un frente nacional, sino que se ha convertido en un simple “sello” y una fachada política utilizada para otorgar una cobertura formal a las fuerzas de la coordinación en materia de seguridad y para legitimar un camino político completamente desvinculado de los intereses del pueblo palestino y de sus aspiraciones de liberación. Esta muerte política de la organización ha generado un vacío nacional extremadamente peligroso, que se manifiesta en la ausencia de un frente capaz de gestionar el conflicto como una lucha existencial, y no como una disputa por cuotas de poder y competencias administrativas.

En este contexto, las fuerzas de la resistencia actúan sin un marco nacional unificador, lo que hace que su acción —pese a su valentía— sea vulnerable a la fragmentación y al desgaste, e impide transformar los logros militares en un capital político liberador acumulativo. Esta es la lección de un siglo de lucha: el problema nunca ha sido la disposición del pueblo palestino al sacrificio, sino una dirección política que, tras cada revolución o intifada, lo conducía a acuerdos ilusorios, a un asedio más severo y a menos tierra.

La confusión de las fuerzas de la resistencia ante el autoengaño de la “reconciliación” y la “unidad nacional”

Algunas fuerzas centrales de la resistencia muestran una clara confusión política en su aproximación a lo que se denomina “unidad nacional”, al mezclar la unidad basada en un programa revolucionario y liberador claro con la asociación con las fuerzas de la Autoridad Palestina y de la coordinación de seguridad. Esta confusión no produce unidad, sino que genera una falsa ilusión política que encadena a la resistencia en lugar de fortalecerla, y sirve a los intereses de fuerzas claudicantes y de clases que vendieron Palestina para preservar sus privilegios.

La búsqueda de la unidad con fuerzas que han demostrado su papel funcional en «controlar las calles palestinas» y en proteger la seguridad de la ocupación no conduce a la liberación, sino que evidencia la falta de visión política de algunas fuerzas de la resistencia a la hora de definir la naturaleza de la etapa, el enemigo principal y los límites de la contradicción.

Esta confusión ha llevado a aceptar, en la práctica, fórmulas que mantienen a la resistencia en una posición de defensa política y que otorgan a fuerzas que han perdido toda legitimidad nacional la capacidad de chantajearla en nombre de la supuesta legitimidad y de la “reconciliación nacional”, vaciando estos conceptos de su verdadero contenido liberador.

La debilidad frente a las alianzas regionales y sus límites

La crisis del proyecto político de la resistencia no puede separarse de su relación con las alianzas regionales, en particular con Catar, Turquía y Egipto. Estas relaciones, aunque proporcionan ciertos márgenes de “apoyo” o de movimiento, imponen a cambio restricciones políticas claras y empujan a la resistencia a tener en cuenta las agendas de regímenes que no miran a Palestina desde la óptica de la liberación, sino desde la de la gestión y la contención del conflicto.

La dependencia relativa de estas alianzas, o su consideración como sustituto del arraigo popular árabe, islámico e internacionalista, debilita la independencia de la decisión política de la resistencia, limita su capacidad para articular un discurso liberador radical y entra en contradicción con la naturaleza del conflicto abierto con el proyecto sionista.

Estos Estados, pese a la diversidad de sus roles, siguen siendo aliados de Washington y comparten el objetivo de controlar a la resistencia, no de liberar su potencial; de contenerla, no de liberar Palestina. Cualquier proyecto político que ignore esta realidad seguirá siendo un proyecto incompleto, susceptible de ser neutralizado y vaciado de contenido.

La ilusión del “apoyo árabe” y el papel del petróleo en la destrucción de la revolución palestina

La experiencia histórica palestina demuestra que lo que durante mucho tiempo se denominó “apoyo árabe oficial” no fue, en esencia, más que una receta para sabotear la revolución palestina y corromper su estructura política y de liderazgo. Este “apoyo” fue utilizado como herramienta de control y contención, subordinando la decisión nacional palestina a los intereses de los regímenes, y no a las necesidades de la liberación.

El dinero del petróleo no fue un apoyo inocente, sino un medio para rediseñar el liderazgo, fomentar la burocracia, debilitar el carácter popular y combativo, y transformar la revolución en un aparato dependiente de la financiación externa y sometido a sus condiciones y límites políticos. Así, el discurso palestino pasó de la “revolución” al “Estado”, luego a la “Autoridad”, hasta desembocar en la nada.

Con el retroceso de este “apoyo”, esta función fue asumida por las llamadas “naciones donantes” europeas y por el apoyo estadounidense, directo e indirecto, en un reparto funcional euro-estadounidense que vinculó la financiación a condiciones políticas, de seguridad y legales, destinadas a despojar a la causa palestina de su carácter liberador y a convertirla en un “expediente humanitario-securitario”, desvinculado de la naturaleza real del conflicto.

En este marco, se fragmentaron las instituciones nacionales y se impuso el control casi total de las llamadas “organizaciones no gubernamentales”, que desempeñaron un papel central en la desarticulación de la estructura nacional unificadora, sustituyendo la lucha política por los derechos nacionales por un discurso “civil” y “de derechos humanos” desconectado del núcleo de la causa.

Paralelamente, el pueblo palestino en la diáspora fue objeto de una operación sistemática de desposesión de su papel histórico en el proyecto nacional. Se domesticó su capacidad de lucha, se destruyeron sus sindicatos y organizaciones populares, y se transformaron en estructuras vacías o sometidas a las condiciones de los países de acogida. Hoy, este proceso se lleva a cabo abiertamente, mediante intentos de impedir que los palestinos en el exilio participen en cualquier proceso de cambio o de reconstrucción del proyecto liberador. Se pretende reducirlos a meras “colectividades” sin función política, cuando la diáspora ha sido y sigue siendo la columna vertebral de cualquier proyecto de liberación palestino.

Conclusión

La resistencia palestina debe presentar, sin vacilaciones, al pueblo palestino su proyecto político nacional integral, como una exigencia nacida de los sacrificios realizados y de las transformaciones abiertas por la Operación Diluvio de Al-Aqsa. No se le exige regresar a la llamada “reconciliación palestina”, un camino que la experiencia ha demostrado ser un mecanismo para reproducir el fracaso y la coordinación en materia de seguridad. El 7 de octubre marcó una ruptura histórica que no puede administrarse con herramientas viejas ni con lógicas agotadas.

Hoy nos encontramos ante una nueva legitimidad revolucionaria, respaldada por una amplia legitimidad popular y por una mayoría palestina real que reconoce en la resistencia a la auténtica representante de su voluntad y de su dignidad, frente a fuerzas que abandonaron Gaza, a su pueblo y a su heroica resistencia. El mayor peligro al que se enfrenta hoy la resistencia es permanecer como espectadora mientras se siembran públicamente campos minados mortales y se urde una conspiración destinada a vaciar de contenido los logros del Diluvio de Al-Aqsa, a manos de Washington, Tel Aviv, los regímenes de la normalización y quienes han perdido su conciencia y su legitimidad nacional.

 

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