Cualquier aventura militar contra Teherán no sería un «ataque quirúrgico preciso» ni una «guerra de horas o días», sino un proyecto de guerra prolongada, abierta y sin resultados garantizados, cuyos costos políticos, militares y económicos serían exorbitantes.
Khaled Barakat
• Fuente: Al-Mayadeen Net
Ante la escalada continua en la región y el aumento de la confrontación entre el eje de la Resistencia por un lado, y Estados Unidos junto a la entidad sionista por otro, muchos se preguntan: ¿Por qué EE.UU. no ha librado aún una guerra directa contra Irán? ¿Qué disuade a la mayor potencia militar del mundo de enfrentarse abiertamente a la República Islámica, a pesar del bloqueo, las sanciones, las amenazas y las maniobras militares? La respuesta fundamental es simple: el miedo imperialista estadounidense al fracaso.
El problema para Washington no radica en su capacidad militar —posee un enorme arsenal de portaaviones, bases aéreas y misiles inteligentes—, sino en su incapacidad para garantizar los resultados de una guerra. Todos los análisis realistas y estratégicos indican que cualquier conflicto con Irán se convertiría rápidamente en una guerra regional integral, involucrando frentes en Yemen, Irak, Líbano, Palestina y otros territorios, e incluso generando nuevas formas de resistencia que amenazarían directamente los intereses estadounidenses en el Golfo.
Una aventura militar contra Teherán no sería un «ataque quirúrgico preciso» ni una «guerra relámpago», sino una guerra prolongada, abierta y sin victoria asegurada, con costos políticos, militares y económicos devastadores. Podría terminar en algo peor que la derrota militar: el colapso de la hegemonía global estadounidense.
EE.UU. libró guerras destructivas en Irak y Afganistán, de las que salió sin victorias decisivas. Pero sabe bien que Irán no es un país aislado y sin respaldo. Es una potencia regional con instituciones sólidas, una economía resiliente, capacidades misilísticas avanzadas y, lo más importante: un pueblo que se niega a arrodillarse, un liderazgo revolucionario, aliados internacionales y una red efectiva de apoyo regional.
Si bien EE.UU. pudo invadir Bagdad y Kabul (y luego lamentarlo), hoy se muestra incapaz de decidirse a enfrentar a Teherán, porque las consecuencias de una agresión no serían limitadas ni dejarían la región intacta. Una guerra contra Irán podría satisfacer los objetivos de «Israel», pero no serviría a ningún interés estadounidense. Esta cruda realidad es rechazada por los seguidores de Trump y la derecha conservadora que lo llevó al poder.
Además, «Israel» es hoy una entidad criminal que genera repudio internacional por sus crímenes de guerra y masacres contra los palestinos en Gaza.
Yemen: De la periferia al centro
Uno de los factores que más desestabiliza los cálculos estadounidenses es el nuevo rol de Yemen en el eje de la Resistencia. Bajo el liderazgo de Ansarolá, Yemen ha pasado de ser un flanco débil a convertirse en una punta de lanza con capacidades misilísticas y navales efectivas, capaces de paralizar la navegación en el Mar Rojo, atacar profundamente a Israel y golpear intereses estadounidenses en el Golfo.
Yemen ya no actúa solo por solidaridad, sino que desempeña un papel central en la Resistencia, coordinándose con Teherán, Beirut y Bagdad. Esto significa que cualquier guerra contra Irán abriría múltiples frentes simultáneos, convirtiendo la decisión bélica en una aventura costosa que supera los cálculos del Pentágono.
Rusia y China: Líneas rojas
Una guerra estadounidense contra Irán sería interpretada en Moscú y Pekín como un ataque directo contra un aliado estratégico, e incluso como un intento de cercar a Rusia por el sureste o de sabotear el proyecto chino de la “La Franja y la Ruta». Ambas potencias han enviado señales claras —políticas y militares— de que derrocar a Irán o destruir su papel regional por la fuerza es una línea roja.
Washington lo sabe y teme más esto que a los misiles iraníes.
El declive del unilateralismo estadounidense
El actual presidente, Donald Trump, a pesar de su retórica belicista, carece del apoyo popular para una guerra en casa y no puede permitirse una confrontación que humille a EE.UU. frente a China, Rusia e incluso Europa. Sabe que una derrota ante Irán, bajo la mirada de las grandes potencias, aceleraría el colapso del orden mundial liderado por EE.UU. y marcaría el inicio definitivo de la era «post-estadounidense».
Además, la opinión pública estadounidense —dividida y agotada económicamente— no toleraría una guerra larga y costosa en una región que ya no cuenta con consenso político interno, como ocurrió tras el 11-S.
EE.UU. podría lanzar una guerra, pero debe considerar:
El fracaso del primer ataque en neutralizar las capacidades iraníes
La apertura simultánea de múltiples frentes regionales
(Palestina · Líbano · Yemen · Irak actuarían coordinadamente)
Ataques masivos contra intereses y bases estadounidenses en el Golfo
(Riesgo de colapso en el flujo energético global)
Intervención activa de Rusia y China
(No solo apoyo diplomático: posible suministro de armas avanzadas y sanciones paralelas)
La metamorfosis geopolítica postbélica
(Irán emergería como símbolo de resistencia antiimperialista, multiplicando su influencia)
Conclusión: Lo que frena a EE.UU.
Lo que disuade a EE.UU. no es su preocupación por la «estabilidad», sino el miedo a una guerra humillante y la formación de una alianza internacional no declarada que una al eje de la Resistencia con el respaldo ruso-chino, obligando a Washington a pensarlo dos veces antes de apretar el gatillo.
Hemos entrado en una era donde EE.UU. ya no puede librar guerras a voluntad. Irán, con su poder de disuasión y sus alianzas, está en la primera línea de esta confrontación, junto a fuerzas populares y movimientos de resistencia que no se rinden fácilmente ni izan banderas blancas.