En una impresionante manipulación política, Donald Trump comenzó su nuevo mandato responsabilizando de los problemas que padece el pueblo de los Estados Unidos de América a los inmigrantes sudamericanos. Como en todas las épocas (¡qué falta de originalidad!), la culpa de los problemas en Estados Unidos recae en las minorías, en este caso, los inmigrantes. Y precisamente en EE. UU., país que se “desarrolló” gracias al colonialismo de asentamientos. Con una política de limpieza étnica, con la expulsión o aniquilamiento de las comunidades originarias, los inmigrantes europeos se apoderaron de esas tierras. Pero no satisfechos con eso, ocuparon los territorios mexicanos de California, Texas y otros estados.

Según el poder económico, político y militar yanqui, la salud reservada para ricos y la educación privatizada, la inflación galopante de los últimos tiempos, la falta de fuentes de trabajo y el gasto militar, no son responsabilidad del sistema capitalista, sino de los individuos, especialmente los inmigrantes latinos. Pero los argumentos se desmoronan ante la realidad concreta. Se puede mentir, se puede tergiversar, pero no pueden lograr que dentro de este sistema se encuentren soluciones de fondo. No solo eso. La situación se agrava y el horizonte no es auspicioso si no se producen cambios estructurales alternativos a los que propone y sostiene el capitalismo.

Muchas familias sudamericanas y, algunas menos, africanas han creído que el sueño americano es una realidad. Que allí todo es posible solo con la voluntad y el esfuerzo individual. Escapando de sus duras realidades, de la pobreza extrema, han apostado a encontrar la felicidad en ese paraíso de fantasía. Algunas encontraron trabajos, mal remunerados, pero trabajo al fin. Esos que los yanquis no quieren hacer. Es decir, se transformaron en mano de obra barata o esclava (según los casos). Sin embargo, algunos no lograron siquiera eso y han terminado durmiendo en las calles.

Pero les llegó el Trump de turno y dijo que esto no va más. Que la desocupación y la inflación se resolverán expulsando a los culpables: los indocumentados, los inmigrantes delincuentes, las minorías que sobran. No creían que Trump iba a agarrar la escoba y a barrer con todos y todas, sin distinción. Las consecuencias están a la vista y la reacción ante tanta injusticia acumulada no se hizo esperar. La explosión de las masas, la rebelión, no tardó en llegar.

Nos solidarizamos con las luchas de las personas perseguidas, deportadas y marginadas por su color de piel, que, siendo o no documentadas, no las consideran como seres humanos. Apoyamos las rebeliones de quienes han decidido poner fin a la discriminación y al racismo.

Pero estas no son solo acciones aisladas de un tremebundo que llegó a la presidencia. Son consecuencias de un sistema en decadencia. En la nota «Rebelión y Guerra en Los Ángeles«, podemos verificarlo. Datos fríos y duros nos obligan a reflexionar y analizar, no solo la actualidad, sino el posible futuro. Y no solo hacia dónde van los yanquis, sino el mundo capitalista. Nos obligan a reflexionar sobre nuestras realidades y cuán lejos estamos de eso. Nos obligan a pensar en qué futuro nos espera y qué debemos hacer para cambiar el rumbo.

El mundo no solo está más conectado; la interrelación es total. Por lo tanto, aprovechar y aprender de estos sucesos nos puede ayudar a evitar que ese futuro sea el nuestro. Nos puede alentar a dejar de ser meros espectadores y transformarnos en artífices de nuestro futuro. Porque dicho futuro no está predeterminado, sino que depende de las acciones de la sociedad, de las mujeres y de los hombres, de las personas que habitamos este planeta que hoy está dirigido por unos pocos cuyo único interés es la mayor ganancia y poder a costa de la sangre de los pueblos.

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