Por Ghassan Kanafani
El príncipe Fahd acuerda con el Sha de Irán en Washington repartirse el Golfo Arábigo.
¿Cuál es la realidad de la presencia militar británico-estadounidense en la península?
Sábado 10 de enero de 1970 – Número 24
La connivencia no escrita entre Arabia Saudí e Israel no se refleja únicamente en el hecho de que el petróleo árabe fluya desde Arabia Saudí hacia las arterias europeas bajo la protección israelí, con un precio pagado en efectivo por el régimen saudí para permitir a Israel proporcionar mejor seguridad en los territorios sirios ocupados al servicio de los intereses imperialistas; también se refleja en las informaciones que aseguran que Aramco, con el consentimiento de los gobernantes saudíes, habría acordado en secreto otorgar a Israel el equivalente a 20 millones.
Sin embargo, ambos asuntos no son más que consecuencia de una realidad más profunda y compleja, y resulta miope creer que están desligados de causas y vínculos objetivos que convierten el conjunto de lo que sucede —a corto y largo plazo— en expresión de una alianza secreta no escrita, pero objetivamente real, entre el régimen saudí e Israel.
En pocas palabras, podemos resumir esta alianza secreta no escrita en que se centra en la estrategia colonial e imperialista denominada Estrategia Este de Suez. Israel desempeña en esa estrategia el papel esencial de una tenaza; Arabia Saudí representa, en el lado opuesto, la otra mandíbula de esa tenaza.
Este título nos obliga a examinar detalladamente muchos de los hechos que no pueden entenderse en su verdadera dimensión si no se sitúan en ese contexto: desde la cuestión de la “Alianza Islámica” (que finalmente recibió autorización para nacer en Rabat), pasando por el tema del Golfo Arábigo y la esperada retirada británica de él, hasta los falsos velos saudíes llamados “apoyo a la resistencia árabe y a los fedayines”, el ataque contra la República Popular del Yemen del Sur, la conocida posición en la última cumbre árabe, y finalmente los planes saudíes para el futuro de la península, que parecen inviables sin los actuales planes israelíes.
Conflicto en Yemen y la estrategia saudí
Un informe secreto de la revista británica The Economist, difundido de forma restringida el 18 de diciembre pasado, reveló que los combates en la región de al-Wadi‘a fueron más violentos de lo que el mundo imaginaba, sacando a la luz que Arabia Saudí utilizó ampliamente aviones Lightning proporcionados por Reino Unido en un acuerdo firmado cuatro años atrás.
En realidad, los choques militares en al-Wadi‘a difieren totalmente de los habituales conflictos fronterizos en otros países árabes: aquí no se trata de un simple desacuerdo sobre líneas limítrofes o sobre un recurso específico, sino de un enfrentamiento directo entre el régimen saudí reaccionario y el foco revolucionario influyente que representa la República Popular del Yemen del Sur.
La situación se agudizó tras la derrota de los regímenes árabes nacionalistas en junio de 1967, que los dejó en condiciones extremadamente difíciles durante un largo período, ofreciendo a Arabia Saudí —que se postuló inmediatamente para liderar la contraofensiva contra las corrientes progresistas de la región— una oportunidad, reforzada por los intereses económicos y estratégicos de EE.UU., para retomar la ofensiva y ajustar cuentas.
La retirada británica del Golfo, prevista para 1971, dio aún más urgencia a las ambiciones saudíes de extender su influencia sobre la costa oriental de la península. Más de 500 millones de dólares en armas y equipos militares apuntalaron ese papel saudí en la región.
La preocupación saudí: el entorno revolucionario
Lo que más inquieta a Arabia Saudí es lo expresado en el informe secreto de The Economist:
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En Yemen del Sur no se aprecia un dominio claro ni soviético ni chino.
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En Yemen del Norte existen influencias soviéticas y egipcias.
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En Irak gobierna un régimen baazista radicalmente hostil a la monarquía.
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Incluso en el Golfo, la llamada “Frente de Liberación del Golfo Árabe Ocupado” —con sede en Irak— mantiene células activas en Bahréin.
En medio de estos cambios revolucionarios, Arabia Saudí no puede extenderse cómodamente sobre el lecho mullido de su sistema reaccionario mientras al sur arde una revolución social y política en Yemen del Sur y mientras en Dhofar crece una insurrección armada dirigida por el Frente Popular de Liberación.
Estrategia Este de Suez
La estrategia imperialista Este de Suez se consolidó a finales de 1965 con un acuerdo anglo-estadounidense para unificar políticas en Asia y defender sus intereses bajo un nuevo marco. Se construyó una red de bases militares —en islas del océano Índico y a lo largo del Golfo— destinadas a rodear la península arábiga y conectar Asia Oriental con África Oriental.
Arabia Saudí fue identificada como la “pieza clave” de ese cinturón militar. Tras la derrota británica en Adén, Londres trasladó su centro a Bahréin, pero Bahréin por sí sola no podía cumplir la función estratégica sin estar complementada por Arabia Saudí.
De ahí nació la idea de la “Alianza Islámica” impulsada por Riad, junto con el envío masivo de armamento británico y estadounidense, el establecimiento de redes de defensa aérea cerca de Yemen, y la proliferación de bases militares (27 en total, la mayoría frente a Yemen).
El acuerdo Fahd–Sha de Irán
En este marco, Arabia Saudí entró en la fase posterior a junio de 1967. Su política en las cumbres de Jartum, Rabat y en la Organización de la Conferencia Islámica respondió a esa lógica.
En noviembre pasado, el príncipe Fahd se reunió en EE.UU. con el Sha de Irán. Según informes, ambos alcanzaron un acuerdo —con el beneplácito de la Casa Blanca— para repartirse áreas de influencia en el Golfo tras la retirada británica:
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El Sha reafirmaría los “derechos” de Irán sobre Bahréin.
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Arabia Saudí consolidaría su control sobre al-Buraimi.
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Qatar y Dubái quedarían bajo protección iraní, apoyando sus demandas en Bahréin.
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Arabia Saudí e Irán coordinarían esfuerzos para mantener la “estabilidad” en el Golfo.
El Sha aseguró a Fahd que Irak no representaría una amenaza, pues sus tropas estaban ocupadas en Jordania contra Israel y en el norte contra los kurdos, a quienes Irán armaba para crear tensiones internas.
Conclusión
El conjunto de estos hechos revela cada vez con mayor claridad la existencia de una alianza secreta no escrita entre Arabia Saudí e Israel. Los planes saudíes en la península y en el Golfo son inseparables de la estrategia imperialista en Oriente Medio y se complementan con los de Israel.
Arabia Saudí, al ejecutar su parte en esta gran conspiración, no sólo se reviste con un falso apoyo a las causas árabes y a la resistencia, sino que utiliza su influencia y el silencio oficial árabe para aislar a Yemen del Sur con miras a liquidarlo, y para encubrir —tras el telón de la cumbre islámica— el papel conspirador de Irán en favor de la estrategia imperialista en la región del Este de Suez.