El compañero Mohammad Khatib, miembro del Comité Ejecutivo de Masar Badil – Movimiento Ruta Revolucionaria Alternativa Palestina, analiza en su artículo publicado por el diario libanés Al-Akhbar la masacre de Ain al-Hilweh como un nuevo capítulo en la lucha del pueblo palestino en el exilio. Khatib describe el campo como “la capital del exilio y bastión de la resistencia”, donde la sangre de sus mártires se convierte en un diluvio de dignidad y compromiso con la liberación y el retorno. El texto aborda también las políticas de represión, marginación y racismo impuestas sobre los refugiados palestinos en el Líbano, así como el papel del Tariq el-Tahrir y las nuevas generaciones del shatat en la reconstrucción del movimiento revolucionario y en la unidad entre Gaza, la diáspora y toda Palestina.

👉 Lee el artículo completo en árabe en Al-Akhbar: Traducido al castellano por Masar Badil👇

Ain al-Hilweh: un bastión de resistencia en el corazón del exilio

Ain al-Hilweh no es simplemente un campo de refugiados: es una fortaleza de resistencia que late con el espíritu de la lucha palestina en el corazón del exilio. Representa un símbolo de resistencia continua frente a la represión de la ocupación y de los regímenes sectarios en el Líbano, manteniéndose firme pese al dolor y las pérdidas que sufre nuestro pueblo, tanto en la tierra ocupada como en la diáspora. La sangre de los mártires de Ain al-Hilweh, los “astros del exilio”, escribe las páginas de una nueva etapa de lucha que reafirma que el camino de la liberación y el retorno continúa sin retroceso. El pueblo palestino en el exilio sigue siendo capaz de portar la antorcha de la revolución y constituye la primera línea de defensa de nuestra causa y nuestro proyecto nacional.

Testigos de sangre en la capital del exilio

La masacre de Ain al-Hilweh no fue la primera en la historia de sus habitantes, ni un número más en el registro de los crímenes sionistas contra ellos. Fue la evidencia de una herida profunda, cuyo dolor se extiende desde Gaza hasta el corazón del exilio. Catorce mártires ascendieron, la mayoría niños, originarios de aldeas bien conocidas: Hattin, Arab al-Ghweir, Sahmata y otras localidades de Galilea. Estos mártires son herederos de familias que han ofrecido mártires, presos y heridos en las principales etapas de la lucha de nuestro pueblo en la diáspora; familias que defendieron la revolución palestina con sangre y sufrimiento, entregando todo lo que tenían al proyecto de liberación. Su sacrificio se inscribe así como un nuevo eslabón en una larga cadena de entrega y resistencia que continúa desde la Nakba hasta hoy.

Los niños y jóvenes del campo, que cargan sobre sus hombros la memoria de sus aldeas usurpadas, transforman Ain al-Hilweh en un espacio donde se cruzan el crimen sionista y la promesa renovada de continuar el camino hacia la liberación y el retorno.

Represión diaria y políticas de humillación

No se puede leer esta masacre desgarradora aislándola del entorno represivo en el que viven los habitantes de Ain al-Hilweh y del resto de los campos palestinos en el Líbano. Las políticas de bloqueo, restricciones y negación de derechos civiles y sociales constituyen una política racista que se manifiesta en castigos colectivos diarios aplicados por el Estado sectario libanés y por instituciones que pretenden amparar a los refugiados, como la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). En sus escuelas, por ejemplo, se castiga a un niño o niña por llevar la kufiya palestina bajo el pretexto de “prohibir símbolos políticos”.

Estos hechos no son incidentes aislados, sino parte de un sistema más amplio que apunta contra docentes y cuadros nacionales mediante despidos, suspensiones y la represión de la libertad de expresión y de la identidad palestina, así como del apoyo a la resistencia y los principios nacionales.

El asedio impuesto a los campos revive la memoria del “Segundo Buró” (al-Maktab al-Thani): lo que ocurre hoy en Ain al-Hilweh se asemeja a las políticas aplicadas en los campos de Baddawi y Rashidieh, donde se cierran los accesos, se levantan muros de separación y se intensifican las restricciones a la movilidad, transformando los campos en zonas militarizadas bajo distintos pretextos. Estas medidas recuerdan las prácticas de los años cincuenta y sesenta, cuando se prohibía a los refugiados ejercer cualquier actividad política o expresar su identidad bajo amenaza de detención, tortura o humillación. Hoy, los campos vuelven a sufrir ese castigo colectivo, pero en un contexto regional e internacional distinto, en el que fuerzas enemigas de la causa palestina buscan empujar nuevamente a los refugiados al exilio y la desesperanza.

El pueblo de la llanura de Hula y del norte de la Palestina ocupada no olvida que el actual primer ministro libanés, Nawaf Salam, que hoy corre para desarmar la resistencia y entregar el sur, es nieto del terrateniente que vendió las tierras de nuestros campesinos en Palestina a la Agencia Judía a cambio de un puñado de monedas.

El campo: una comunidad resistente, no una víctima silenciosa

Pese a la masacre y al racismo institucional, Ain al-Hilweh y los demás campos siguen mostrando que son comunidades resistentes, no víctimas pasivas. Las manifestaciones de ira, los solemnes funerales de los mártires, las casas de duelo y de felicitación abiertas en todos los campos palestinos del Líbano lo demostraron claramente.

El papel de la juventud —tomando la iniciativa, preparándose para la acción nacional y expresando su indignación— refleja la unidad de sangre y destino entre la diáspora, Gaza, Cisjordania y todos los lugares donde habita nuestro pueblo. Este panorama confirma que el campo, como comunidad política y cultural, sigue siendo una realidad viva, una Palestina en miniatura donde persisten el espíritu de resistencia, el compromiso nacional y la fe en la libertad. La diáspora no será sino el combustible que renueve el compromiso de luchar por una Palestina libre y completa, sin condiciones.

El diluvio de Gaza y la voz del exilio

El torrente que brotó de la Gaza sitiada no fue una decisión “faccional” desde arriba, sino la expresión de una voluntad popular: el pueblo palestino ha decidido que terminó el tiempo de la sumisión y que el camino hacia la liberación pasa por la resistencia, cueste lo que cueste.

La voz de Gaza resonó en los campos de Cisjordania y del exilio, proclamando que el pueblo palestino sigue en pie y que una nueva generación está surgiendo, portando el proyecto del retorno y la liberación en su mente y en su corazón. Esta generación enfrenta la corrupción de los financiadores, la injerencia occidental y los intentos de desmantelar el movimiento de liberación desde dentro, pero se apoya en el legado de mártires, líderes y generaciones anteriores.

Desde el interior y desde el exilio, construye sobre una historia de lucha, consciente de que la libertad, la dignidad, el pan y la salud comienzan con la liberación del colonialismo y la dominación sionista occidental. Cada campo y cada comunidad palestina se convierte así en un espacio de confrontación política y ética con el proyecto colonial sionista.

La crisis del proyecto sionista y la exposición de su estructura colonial

La firmeza de nuestro pueblo en Gaza y en los campos coincide con una ola de solidaridad internacional y popular sin precedentes desde la Nakba. Esto ha colocado a la entidad sionista y a su sociedad racista y enferma en una posición de aislamiento y vergüenza ante la opinión pública mundial.

Con cada golpe de la resistencia y con cada agresión sionista, la narrativa del enemigo se desnuda más que nunca, y su proyecto colonial aparece en un estado de descomposición interna y externa: contradicciones profundas dentro de su estructura social y política, fracturas en su frente interna y militar, y crecientes presiones desde los movimientos de boicot, los tribunales internacionales, las organizaciones de derechos humanos y los movimientos populares del mundo.

En este momento histórico, la ocupación intenta crear nuevas “formas de disuasión”, como se ve en los ataques contra Ain al-Hilweh y otros campos: matanzas, destrucción y terror. Todo ello son intentos desesperados de desviar la atención de la crisis estructural que sacude los cimientos del propio régimen sionista.

La diáspora: de la solidaridad a la participación activa en el proyecto de resistencia

En este contexto surge una pregunta fundamental: ¿se pretende que los palestinos en el exilio sean solo un público solidario, como querían Oslo y todos los proyectos de liquidación? ¿O somos parte esencial del proyecto de liberación y resistencia?

El momento histórico actual exige que la diáspora recupere su papel natural como parte inseparable del movimiento nacional palestino —una extensión geográfica, humana, económica y cultural, y un brazo largo del frente de resistencia dentro de Palestina. Esta etapa requiere que el exilio libere su voz de la censura y el chantaje, rompa sus lazos con la estructura de Oslo, con la “coordinación de seguridad” y las ilusiones estatales, y vuelva a las bases: construir un movimiento de liberación popular, armado, transfronterizo y capaz de perseguir al enemigo dondequiera que esté.

Hacia la reconstrucción de los marcos nacionales en la diáspora

Recuperar el papel de la diáspora no significa solo levantar consignas o realizar actos simbólicos —por importantes que sean—, sino reconstruir instituciones nacionales palestinas en los campos, ciudades y países donde se encuentran los refugiados.

En Ain al-Hilweh, Shatila, Rashidieh y Baddawi, y también en las calles de Bruselas, Berlín o Nueva York, está surgiendo hoy una nueva generación de líderes y lideresas, capaces de asumir la responsabilidad de su pueblo y de guiar la causa nacional en el exilio sobre la base de un proyecto resistente, democrático y enraizado. Este proyecto debe ser independiente del sistema de Oslo, de las instituciones donantes y de los estados coloniales.

Estas nuevas generaciones, que acumulan experiencia en el trabajo social, político y comunitario, pueden formar una base revolucionaria para reconstruir nuevas estructuras representativas a la altura del sacrificio del pueblo palestino.

La autoorganización es, en este sentido, la respuesta necesaria frente al racismo, al bloqueo y a la represión ejercidos contra los palestinos, especialmente en los campos de refugiados y en las nuevas comunidades de refugio. No se puede ignorar el cambio demográfico, social y de clase entre los palestinos fuera de la patria, ni su presencia en Europa, América y otros centros de poder e influencia del sionismo.

Estas comunidades tienen hoy la responsabilidad de responder al genocidio con más organización popular, reforzando los comités de base, las estructuras sindicales, juveniles, feministas y de protección popular.

Cada intento de asfixiar al pueblo palestino —cultural, económica o políticamente— da lugar a redes internas más sólidas de solidaridad, a marcos de lucha más fuertes y a una determinación aún mayor de aferrarse a la identidad, la memoria y el derecho al retorno.

Ain al-Hilweh, la “capital del exilio” en el Líbano, resume esta ecuación: un campo asediado y herido, pero al mismo tiempo desbordante de vida, juventud y resistencia. En la sangre de sus mártires ve el preludio de un nuevo diluvio que abrirá el camino hacia una patria que nunca ha desaparecido del corazón, aunque haya sido arrebatada de la geografía.

Mohammad Khatib – Escritor y activista palestino

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